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The drama of our misfortune is a situation that has kept us wounded forever, emotionally, forever. For us what happened never will be forgotten. We are always going to remember that day, those hours, that night of anguish and everything. We will never forget how our house was riddled with bullets, heartless people, without feelings, without morals, but I think also that they were people sent by the United States, perhaps, I don’t know.
—WILFREDO MIRANDA GÓMEZ
Tipitapa (Managua), 29 April 2005
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El drama de nuestro percance es una situación que todo el tiempo nos ha mantenido heridos, emocionalmente, todo el tiempo. Lo que nos pasó a nosotros, para nosotros nunca va a pasar a la historia. Todo el tiempo vamos a recordar ese día, esa horas, esa noche de angustia y todo. Nunca se nos va olvidar como estaba nuestra casa pasconeada [acribillada] —gente sin corazón, sin sentimientos, sin moral, pero pienso yo que también era gente mandada por los Estados Unidos, tal vez, no sé.
—WILFREDO MIRANDA GÓMEZ
Tipitapa (Managua), 29 de abril del 2005
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A few U.S. NGOs (nongovernmental organizations) such as Witness for Peace (WFP) attempted to report abuses against civilians during the Contra War, but since these attacks and kidnappings were happening on an almost daily basis, only a fraction were ever recorded. In addition, many Nicaraguans were too intimidated by the contras to report the incidents. The mainstream press primarily covered the larger attacks or land mine incidents when six or more civilians were killed. The numerous day- by-day smaller atrocities often went unnoticed.
It was by chance that Daniel Erdman and Paul (both with WFP) were in the Nueva Guinea region when contras shot into the wooden-planked house of the Miranda family, killing forty-five-year-old Alejandra Miranda and her son, seventeen- year-old Horacio Miranda Gómez. Daniel and Paul arrived in the small community of La Esperanza to attend the burial one day after the January 17, 1986 attack. Ten-year-old Wilfredo witnessed the death of his mother and brother. Most of the family were together the night of the attack because Horacio, who had been drafted into the Sandinista Army, was visiting. (Wilfredo thinks this could have been the reason for the attack.) Two of his brothers were wounded: Eduardo, ten, had a superficial wound on his right side, and Francisco, sixteen, whom we later visited in the Juigalpa hospital, had a bullet rip through his upper right arm. His two sisters—Jasmina, twelve, and Edelma, eight—another brother, Marvin, fourteen, and his father, Victoriano, were unharmed.
At that time the family was renting a house in La Esperanza but owned a farm outside of town. After the attack they sold it for next to nothing because of the danger of working out- side of town. Wilfredo says he lost everything, including his father, who later died from alcoholism.
Wilfredo has had various jobs in Nicaragua and Costa Rica, including work with the OAS (Organization of American States) as a zapador,locating and deactivating some of the more than 160,000 land mines left in the ground after the Contra War. In 2005, when we found him in Tipitapa near Managua, he was working as a waiter trying to support a wife and baby daughter.
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Algunas ONGs (organizaciones no gubernametnales) de los EE.UU. como Acción Permanetne Por la Paz (Witness for Peace, WFP) trataron de reportar los abusos en contra de civiles durante la Guerra de los contras, pero ya que estos ataques y secuestros ocurrían casi a diario, solamente una fracción fue reportada. Además, muchos nicaragüenses se sentían dema- siado intimidados por la contra como para reportar los incidentes. Los principales medios de comunicación cubrían principalmente los ataques mayores o los incidentes con minas antipersonales donde morían seis o más civiles. Las numerosas y menores atro- cidades cotidianas pasaban frecuentemente desapercibidas.
Fue por casualidad que Daniel Erdman y Paul (los dos de WFP) estaban en la región de Nueva Guinea cuando los contras dispararon a la casa de madera de la familia Miranda, y asesinaron a Alejandra Miranda, de cuarenta y cinco años, y a su hijo Horacio Miranda Gómez, de diecisiete años. Daniel y Paul llegaron a la pequeña comunidad de La Esperanza para asistir al entierro un día después del ataque del 17 de enero de 1986. Wilfredo, de diez años, fue testigo de la muerte de su madre y hermano. La mayoría de la familia estaba reunida la noche del ataque porque Horacio, quien había sido reclutado por el Ejército Sandinista, estaba de visita. (Wilfredo piensa que esto podría haber sido la razón del ataque.) Dos de sus hermanos resultaron heridos: Eduardo, de diez años, tenía una herida superficial en el lado derecho, y Francisco, su otro hermano de dieciséis años, a quien visitamos más tarde en el hospital de Juigalpa, tenía un desgarro de bala en la parte superior de su brazo derecho. Sus dos hermanas —Jasmina, de doce años, y Edelma, de ocho años— su otro hermano, Marvin, de catorce años, y su padre Victoriano, resultaron ilesos.
Por aquella época, la familia alquilaba una casa en La Esperanza, pero tenía una finca fuera del pueblo. Después del ataque, vendieron la finca por muy poco a causa del peligro de trabajar fuera del pueblo. Wilfredo dice que él lo perdió todo, incluso a su padre, quien con el tiempo murió de alcoholismo.
Wilfredo ha tenido diferentes trabajos en Nicaragua y en Costa Rica, incluyendo la OEA (Organización de los Estados Americanos), como zapador, localizando y desactivando algunas de las más de 160,000 minas antipersonales que quedaron en la tierra después de la guerra de los contras. En 2005, cuando nos lo encontramos en Tipitapa, cerca de Managua, trabajaba de mesero, intentando mantener a su esposa y a su hijita.
The photographer and editor of Nicaragua: Surviving the Legacy of U.S. Policy, Paul Dix and Pam Fitzpatrick, gratefully accept gifts in support of publishing this book in print format and making it available to audiences around the world. Please visit our contributions page.
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